miércoles, agosto 02, 2006

La esencia de la vida

La infancia de Blanca fue diferente, porque Blanca era una niña diferente. Conocía el nombre de todos los insectos, minerales y reptiles del lugar. Sabía manejar una cometa, subir a los árboles y silbar como Bernardo, el pastor. Pero también sus padres eran diferentes. Iban con Blanca al acantilado a recolectar moluscos para su colección, la llevaban al río para estudiar a los renacuajos y le enseñaban cosas maravillosas sobre la naturaleza. Una vez, incluso, subió a un globo aerostático.

Blanca era una niña muy especial que lloraba cuando moría una flor y se preocupaba del agujero de ozono. Quería que todos fueran felices y se entristecía cuando veía en el telediario cómo esos niños de abdómenes hinchados permanecían inmóviles mientras nubes de moscas cegaban sus miradas perdidas.

Blanca, tan blanca como la nieve. Tan pura como la lluvia. Libre como los pájaros que vuelan en un cielo sin nubes. Niñas como Blanca no hay muchas pero yo tuve la suerte de ser una. En cambio ahora soy más negra, menos pura. Esa niña ya no quiere volar en un cielo sucio de humo que no le deja ver la sonrisa de los niños. No quiere nadar en un mar contaminado de petróleo que no le deja jugar con los peces de colores. No quiere caminar por un mundo infestado de mentiras que no le dejan conocer a las personas.

Blanca de niña estaba viva. Cuando era pequeña no existía el miedo que tienen las madres de hoy. Los coches no atropellaban a los niños en la calle porque no había coches y porque existían numerosos lugares para jugar diferentes a las calles. Cuando Blanca era niña los animales se podían acariciar sin el temor de un mordisco porque los animales de antes no mordían, simplemente jugaban.

Cuando Blanca era niña los amigos eran verdaderos amigos. Si alguien llevaba la merienda al parque siempre ofrecía el primer bocado y se inflaban de chocolates y cremas sin tener miedo del colesterol porque antes el colesterol no existía.

La amistad era más fuerte porque se jugaba más juntos, eran juegos de grupo, juegos de amigos. Los juegos eran inventados por los niños y en la tele sólo daban el telediario y algún programa cultural.

Aunque cuando Blanca era niña también surgían problemas, como por ejemplo cuando no había agua y del grifo sólo salía un ruidillo lejano. Pero Blanca cogía el agua de lluvia que había almacenado y medido con el pluviómetro casero que le había ayudado a construir su padre, su héroe. Porque los héroes de antes no tenían capa, ni la inicial en el pecho. Sólo había un héroe y se llamaba Papá, y dormía en la habitación de al lado.


Este fin de semana lo he pasado con mi padre. Hacía mucho tiempo que no compartía un día en la naturaleza con él. De niña era una actividad habitual salir con toda la familia de excursión. Visitábamos pueblos, arroyos, ríos, montañas y disfrutábamos con el paisaje. Fueron años estupendos porque no sólo gozaba de una familia de espíritu explorador, sino que lo admiraba especialmente a él, a mi padre. Un verdadero conocedor del mundo físico y natural. Me fascinaba. En mi mente de niña nacía y crecía mi atracción por la naturaleza y cuando giraba la cabeza allí estaba siempre él, levantando piedra a piedra mi amor por la vida natural, que se ha convertido en la actualidad en mi particular refugio de tranquilidad, en mi recurso infalible en ciertos días de soledad, de tristeza, de hastío... en mi secreta vía de escape.

No hay nada como huir de la prisión tecnológica y adentrarse en el aire libre para ser sólo eso, libres, y sumergirnos en esa atmósfera serena, de tranquilidad infinita, en la que percibimos las sensaciones con la mayor intensidad. Allí olvidas los ruidos de la ciudad y vuelves a recrear los sonidos del pasado; allí olvidas los humos industriales y descubres un agua como brisa fresca que fluye desde el acantilado hasta tu cara, y que te deja en la piel esa esencia dulce aunque salada, fría pero a su vez cálida.

Y es que olvidas tus obligaciones y tus empeños y casi sin querer te limitas a seguir ese sendero que te conduce hacia tu yo interior, a reencontrarte contigo mismo, a descubrir tu verdadera esencia, y te sientes aislado y solo, y eres sólo tú y tus pensamientos, y estás como en otro mundo... y escuchas una voz jovial y llena de vida - cuando más absorto estás- que te dice “¿qué flor es esa?” y su dedo apunta hacia una flor carnívora que de repente adorna tu melena. Y vuelves a la vida, y comprendes que para sentirte bien no tienes por qué escapar siempre porque, aunque la naturaleza nos proporcione grandes sensaciones, sin salir de casa encontramos refugio en las personas que nos rodean, en las personas que amamos, en los que se preocupan por nosotros y que sin querer nos impregnan de su esencia como el aire del mar nos llena sin querer de su sal.

He disfrutado el fin de semana. He vuelto a hallar a aquella niña que admiraba tanto a su padre, y que ahora siente haber perdido un poco de aquella alegría que dejamos los adultos por el camino y que nos impide expresar con la misma emoción de antes la que creo que es la verdadera esencia de la vida.

Porque a veces, cuando siento ciertos olores, sabores, sonidos vuelvo a ser Blanca, me olvido de los problemas y veo la vida con los ojos de una niña. Quizá todos podamos ser un poco más niños y quizá así las guerras, el hambre, la crueldad, la envidia, desaparezcan. Quizá aún podamos construir esa vida para nuestros vástagos, dejar de ser adultos y olvidar por un momento los problemas y jugar con nuestros hijos, escucharlos, ir con ellos a la montaña, caminar por la arena de una playa en invierno, y quizá subir también a un globo aerostático.

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