martes, agosto 22, 2006

Corazones de jabón

A veces, en la vida, hay desafíos.
A veces la edad de quien lucha no es la oportuna.
Otras veces, es el momento el equivocado.
A veces el problema es demasiado complicado.
Y a veces es la sociedad la que no quiere comprender
que en el amor sin fronteras radica el verdadero sentido de las cosas.

Os voy a contar un relato. Se trata de una historia real. Una historia que puede ocurrirle a cualquier persona, en cualquier ciudad, en cualquier país. Os quiero hablar de una historia de amor. Una historia como tantas otras, pero única al mismo tiempo, porque el amor tiene esa magia especial que hace que sea tan igual y tan diferente a la vez.

Os voy a hablar de un amor joven, fresco, discreto. Un amor que mezcla amistad, timidez, secretos, sentimientos únicos, anónimos. Pero, sobre todo, lo que diferencia a este amor del resto, es un gran sentimiento de posesión.

Amantes dominados por una atmósfera fantástica y desgraciadamente por algo más obtuso, menos armónico y más cruel: la soberanía paterna. Autoridad suprema, aderezada con toques de fervor religioso y amonestaciones denunciadas de antemano por quienes nunca han conocido el verdadero sentido de las cosas.

Dominio, detentación, abuso, poder. Es exactamente lo que abunda en esta historia y en tantas otras historias. Os quiero hablar de corazones de jabón que sobrevuelan el exterior, aislados, como burbujas herméticas de sentimientos.

Un corazón de jabón exprime el deseo de ser uno mismo en una sociedad que constantemente nos mutila las alas; en un mundo que limita nuestra personalidad hasta someternos a unas leyes impuestas por gente que se estanca en un tiempo. Por gente que no quiere abrirse a los cambios. Por quienes no progresan. Por quienes no quieren comprender el verdadero sentido de las cosas.

Esto fue lo que ocurrió con dos adolescentes, Hans y Laura.
Hans era noruego, hijo de un pastor Testigo de Jehová. Vivía con su familia en alguna parte de un pueblo de España, aunque Laura no sabía exactamente dónde. Sus padres no le permitían asistir a las fiestas, ni a las salidas y excursiones que organizaban Laura y sus amigos y ni siquiera podía ir a sus casas porque su padre decía que era pecado.

Hans acataba las normas impuestas por su progenitor, pero sólo en su presencia, y llevaba su relación con Laura en secreto para no despertar la ira de su familia. La tiranía de su padre no representaba un problema demasiado grande para él. Al menos no antes del desenlace de esta historia.

Así trascurrieron unos meses maravillosos en compañía de Laura. Se amaban, se respetaban, se complementaban. Pero un día la campanilla de casa de Laura sonó y la expresión de su cara se tornó sombría, incrédula.

Se marchaba.

Hans se iba y no volvía más.

Sus padres regresaban a Noruega y debía acompañarles.

Un beso en la mejilla, un adiós y una mirada vítrea que reflejaba destellos irisados como burbujas de jabón.

Sus corazones de disolvieron como pompas perseguidas por un niño inquieto. El hermetismo se disipó y con él se fueron los sueños. Ya no podrían volver a sobrevolar las fronteras de la ignorancia.

Muchos años más tarde he oído decir a Laura que a veces piensa en él y que por más grasa y sosa que reúna no tiene el valor suficiente para hacerlas saponificar y emulsionar las manchas de su memoria. Su corazón está lleno de burbujas diluidas que turbian palabras lejanas, borrosas:

“Perdóname, era demasiado joven y no tuve elección”.

Un corazón de jabón puede materializarse en cualquier escenario, en cualquier persona, en cualquier ciudad, en cualquier país. Existen amores extraños, difíciles, increíbles. Existen amores entre personas de nacionalidades diferentes. Existen amores entre personas de edades bien distintas. Existen amores entre personas de ambos sexos, y entre personas del mismo también.

Los que nunca han disfrutado de un corazón de jabón no ven más allá de las apariencias. Estas personas jamás entenderán que alimentar ese corazón nos hace más fuertes, nos da ánimos para seguir adelante. Quien nunca ha disfrutado de un corazón de jabón piensa que todo debe ser como dictan las normas. Pero, ¿qué normas?

Todos los que alguna vez en la vida hemos disfrutado de un corazón de jabón miramos con melancolía y emoción a aquellos que ahora poseen uno. Miramos con codicia a los ancianitos que se casan con mulatas jóvenes y ardientes porque ambos tienen su corazón de jabón. Envidiamos al ecuatoriano que se sitúa a la entrada del mercadillo, ese que sigue el son de los sonidos de su flauta con los muñones de sus piernas, porque también él tiene su corazón de jabón. Deseamos que el semáforo de la avenida cambie al rojo para que un rumano salga de entre los arbustos y nos dibuje corazones de jabón en el parabrisas lanzándonos un beso y regalándonos una sonrisa.

Los corazones de jabón trascienden las leyes del mundo real. No existe hombre capaz de disolverlos. Pero quién sabe si ya es demasiado tarde...

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