martes, diciembre 31, 2013
Pensamientos del anciano navideño
domingo, julio 14, 2013
Sindrome di Ulisse
Ninna nanna dell’esilio
Quaranta primavere
domingo, julio 07, 2013
viernes, junio 21, 2013
Circvs
Conchiglie nelle tasche
Foglie secche
Crocchiano sotto ai miei piedi come i biscotti di una colazione in solitario.
Sono una formica senza antenne che cerca disperata la sua casa,
ma le foglie mi coprono pesantemente e non riesco a muovermi.
Sento il bisogno di scappare e corro, scalza, ma qui non c’è il mare...
Ci sono solo le foglie morte che crocchiano come i biscotti senza un caffè,
sotto alla nudità dei miei piedi freddi. Poi un dolore antico ferma la mia corsa, e svengo.
Le onde baciano i miei piedi nudi e mi sento a casa. Protetta. Abbracciata dalle onde.
Ma non si fermano, si allontanano e allora corro, scalza, verso il mare.
Ma lui fugge, ha paura. Non gli appartengo perché anch’io sono lontana,
perché sotto ai miei piedi ci sono solo le foglie secche.
Forse non è il mare, ma somiglia proprio.
lunes, enero 28, 2013
Pioggia
Mille lacrime scintillano
dietro il vetro della finestra.
Tra le tende quasi trasparenti
intravedo una scena
che si ripete ogni momento,
ogni minuto, ogni secondo:
una donna vestita di nero è seduta
sotto una grande quercia.
I capelli grigi
celano gli occhi,
il suo sguardo è vuoto.
Piove.
Guardo ancora dalla finestra.
Non ci sono uccelli.
Nessun canto armonico.
Tutto sembra finito,
devastato.
Vicino all'albero c'è una croce di legno
in cui la scritta d'un nome maschile
lotta contro il passare del tempo.
La pioggia e il freddo ne hanno fatto segno,
come nel viso della donna
che non smette di piangerlo.
Piove ancora.
L'acqua suona un triste motivo, monotono
e continuo, quando colpisce le foglie secche.
Foglie che sotto la quercia giacciono
inermi sull'erba bagnata; accompagnano
il dolce lamento che accarezza
instancabilmente
le labbra della anziana donna
seduta sotto il grande albero,
con il suo vestito nero,
con lo sguardo vuoto. Passano
le ore, i giorni, gli anni...
e sempre piove.
Un nuovo giorno è arrivato
come ogni altro.
Dalla finestra
vedo la grande quercia.
Filtra un filo di sole
timidamente
tra i rami del vecchio albero
e illumina la croce di legno.
È un mattino particolare,
un uccellino comincia a cinguettare
allegramente.
La donna non c'è più.
Ha smesso di piovere.
E nel cielo
ci sono due persone
che si abbracciano
e volano.
martes, noviembre 13, 2012
domingo, noviembre 06, 2011
L’oceano. Sorso immenso, profondo.
Dolci correnti che vengono e vanno.
Liquido imprevisto, mite, iracondo.
Onde che ritornano ma non stanno.
E soffia sempre la brezza marina.
Va cospargendo il sale di lamento,
innaffiando la lacrima salina.
Non poter piangerla è il mio tormento.
Guance tristi rivolte al litorale.
Due fiumi salati lungo il viso.
Salsedine amara che mi fa male.
Eppure non trova mai il paradiso
in questo inferno assai continentale,
il pianto che non viene condiviso.
miércoles, junio 08, 2011
Silencio
El niño llora en su cuna.
La tenue luz de la luna
en su rostro yo presencio.
Silencio ha dicho silencio
su madre mientras lo acuna.
El reloj marca la una,
signos de sueño evidencio.
Silencio. El silencio miente.
Ruiseñor, tus ojos abres
y se cierran lentamente.
Silencio, silencio gente.
Con el canto de su madre
mi niño en su cuna duerme.
sábado, septiembre 18, 2010
miércoles, mayo 26, 2010
Poeta oculto
Eras un niño hasta ayer, cuando te confesaste a ti mismo que estabas enamorado.
Tu corazón se sale de tu pecho cuando ella aparece cada mañana por la puerta de la escuela, con el cabello recogido con un elástico rojo, sus libros de texto en una mano y sobre la otra, la mano de Javier…
Poeta de noche y mártir de día. En tus versos hay dolor, hablan del poeta oculto, del poeta enamorado de lo prohibido. Rimas y estrofas saladas del sudor frío que recorre tus sienes y se derrama por tu rostro hasta confundirse con las lágrimas que emanan de tus ojos. Y allí, bajo las sábanas, en la intimidad de tu habitación, das rienda suelta a tu imaginación. Sollozos ocultos bajo los rayos de una luna que te delata, que te descubre desnudo y frágil en la secreta privacidad de las horas oscuras. El sutil algodón de las sábanas te acaricia y te quema en medio de la excitación que te producen tus pensamientos, y te rasga el alma la certeza de un amor imposible.
Y cada noche vuelves a escribir con la luz apagada. Temes que te descubran, tienes miedo de que el poeta oculto sea desenmascarado. Temes que alguien pueda ver tus lágrimas sobre el papel arrugado y desvelar así tu identidad oculta.
La noche es un rincón seguro donde la oscuridad del día se hace clara bajo la luz de la luna. Despiertas de tus pesadillas diurnas para entrar en un sueño efímero, dulce y a la vez amargo en el que todo puede ocurrir. La noche es tu cómplice, compañera de tus fantasías, donde solo los elásticos rojos te aprietan hasta dejarte sin aliento... y desfalleces.
Amanece otra vez y en la última página del periódico del colegio aparece, como cada viernes, un nuevo lamento de un poeta oculto:
Malos sueños tras elásticos rojos
Como la sangre que nutre mis venas.
Sangre amarga que me hierve y me quema
Cuando tus iris reflejan sus ojos.
Al acabar la noche, la hora oscura,
Despierto de todas mis pesadillas.
Siempre al alba, llorando y de rodillas,
pido a Dios despertar de mi locura.
Muere el día, la hora oscura aparece.
Mi corazón agoniza, se agota,
¡Una vez más en la noche enloquece!
Un nuevo poema comienzo a exponer
Y bajo la luna escribo tu nombre
Te amo, te amo, mi dulce Javier.
viernes, enero 15, 2010
L'Uomoliva nel Paradiso dantesco
ergine olio, oliva del tuo ulivo,
verde olivastra più che spremuta,
termine culinario d'etterno additivo,
tu se' colei che la verde natura
innalzasti sì, che'l tuo fattore
non disdegnò di farsi tua bacchiatura.
Nel nocciolo tuo si raccese il bocciolo,
per lo cui sterile nell'eterno acre
così è germinato un ulivo solo.
miércoles, diciembre 23, 2009
OLIVETO
miércoles, diciembre 16, 2009
ROMOLIO E GIOLIVETTA
Nulla: non una foglia,
non una radice, non un rametto,
non la chioma, né un’altra parte qualunque
del tronco d’un albero.
Che cosa c’è in un nome?
Ciò che noi conosciamo con il nome di olio,
anche se lo conoscessimo con un’altro nome,
serberebbe pur sempre lo stesso intenso sapore.”
miércoles, diciembre 09, 2009
NADIE DIJO QUE FUERA FÁCIL
NADIE DIJO QUE FUERA FÁCIL
Todo el mérito es tuyo; tienes mi palabra de honor. Quizá el botín de tan larga campaña –y lo que te queda todavía– no sea lo dorado y brillante que uno espera cuando la inicia, a los doce o trece años, con los ojos fascinados de quien se dispone a la aventura. Pero es un botín, es tuyo, es lo que hay, y es, te lo aseguro, mucho más de lo que la mayor parte de quienes te rodean obtendrán en su miserable y satisfecha vida. Tú has abordado naves más allá de Orión, recuerda. Tienes la mirada de los cien metros, esa que siempre te hará diferente hasta el final. Fuiste, vas, irás, esos cien metros más lejos que los otros; y durante la carrera, hasta que suene el disparo que le ponga fin, habrás sido tú y habrás sido libre, en vez de quedarte de rodillas, cómoda y estúpida, aguardando.
Ahora sabes que todo merece la pena. La larga travesía por ese mundo de méritos numéricos y ausencia de reconocimiento, donde te viste obligada a arrastrar contigo al niño de papá, al tonto del haba, al inútil carne de matadero, con tal de llevar a buen término el trabajo para el que te bastabas en solitario. Has crecido y sabes que las oportunidades no estaban en los otros, sino en ti. Que no había nada malo en aquella chica tímida que se llevaba libros a las horas libres de tutoría; que buscaba la mirada de los profesores inteligentes, no para hacerles la pelota, sino por sentirse cómplice y no estar sola. La jovencita que sobrecargaba la mochila con El guardián entre el centeno o El señor de los anillos, que en la excursión del cole a Madrid prefería ver el Planetario, el Prado o el Reina Sofía a dejarse la garganta en el parque de atracciones. Que se enfrentaba a la hostilidad de compañeros cretinos porque era la única que había leído las Sonatas de Valle-Inclán o sabía quién era Wilkie Collins. Ahora que miras hacia atrás con madurez, comprendes que cada vez que alguien ninguneó tu forma de ser, te insultó, te miró por encima del hombro, no hizo sino precipitar tu aprendizaje y tu lucidez. Tu certeza de ser mejor, más despierta y diferente.
Mírate ahora. Qué lejos estás de tanto borrego y tanto buey. Entras en la edad adulta sin que nadie pueda imponerte una sonrisa falsa cuando el mundo y su estupidez, su envidia, su mezquindad, te hagan fruncir el ceño. Ahora tienes la certeza de que no te equivocaste, y de que la niña callada en el banco del fondo puede ser vengada por la mujer que hoy la recuerda. Sabes ya que puedes ser feliz a tu manera y no a la de otros, con tus libros, con tus películas, con tu familia, con esos amigos que no sabes cuánto tiempo van a durar y por eso aprecias tanto, con la mirada serena que ahora posas a tu alrededor, en la calle, en el trabajo, en la vida. En la muerte. Ahora sabes que la virtud, en el más hondo sentido de la palabra, está en ese aguante de tantos años, cuando cerca estuvieron de convertirte en otra. Comprendes al fin que los malos profesores son un accidente sin demasiada importancia, pues eres tú quien aprende; y la vida, incluso con sus insultos, con sus malvados, con sus tragedias, con sus reglas implacables, la que te enseña. Nadie dijo que fuera fácil.
El otro día fuiste a ver Salvador y saliste del cine asombrada, llorando. No por la película, ni por la suerte del protagonista, sino por la certeza de que los ideales de aquel muchacho ya no tienen sentido, porque ninguno los sustituye ahora, porque la gente de tu edad se divide en dos grandes grupos: una minoría de analfabetos desorientados, pasto de demagogia barata en manos de políticos sin escrúpulos, y una masa inerte cuya única aspiración es salir en Gran Hermano o ponerse hasta arriba el sábado por la noche; jóvenes con garganta y sin nada que gritar, que se irían por la pata abajo puestos en la piel de Salvador Puig Antich, o a los que, viendo El crimen de Cuenca, la sola visión del garrote vil haría cerrar los ojos con escalofríos en la nuca. Pero tus lágrimas, amiga, demuestran que tienes razón. Que no te equivocaste al amar al conde de Montecristo y al Gabriel Araceli de Galdós, al buscar el secreto genial de un soneto de Borges o Quevedo, al transitar, jugándotela, por los senderos sin carteles luminosos en los pasillos oscuros de la Historia. Al hacer de cada esfuerzo, de cada miedo, de cada desengaño, de cada ilusión y de cada libro, un martillo con el que picar los muros espesos que te rodean.
Y si algún día tienes hijos, intenta que sean como tú. Como esos tipos flacos de los que hablaba Julio César, a la manera de Casio: gente de dormir inquieto, peligrosa y viva. La que quita el sueño a los apoltronados y a los imbéciles.
El Semanal 21 de enero de 2007
viernes, diciembre 04, 2009
jueves, septiembre 10, 2009
Amargura
Todo estaba igual. Nada había cambiado en diez años. Macarena salió de la estación de trenes y se encontró inmersa en la atmósfera de una ciudad tan familiar, con sus inolvidables ruidos y olores, que le provocó un pellizco en el estómago el no sentirla ya suya. ¿Por qué había esperado tanto para volver?
Se dirigió lentamente, pensativa, hacia el taxi con la luz roja que la esperaba frente al ingreso principal de la “Estación del Norte”.
Era una tarde gris de otoño. El viento hacía mover los cabellos y las gotas de lluvia que golpeaban el rostro de Macarena y que sentía como lágrimas amargas, las que no había derramado cuando recibió la breve llamada telefónica que la había conducido hasta aquella ciudad tan lejana, apartada en algún lugar de su mente, tan olvidada.
El número de teléfono y la dirección de la casa a la cual se había mudado César corrían en ríos de tinta azul en el trozo de servilleta de una cafetería del centro. Él se lo había escrito diez años antes, incrédulo, impotente, cuando acudió a la cita con Macarena para saber que ella se iba de la ciudad, que abandonaba todo aquello. Y que no la buscara, que rehiciera su vida. Que la olvidara. Y él insistió en que se llevara consigo el trozo de papel con su nueva dirección, que ya había encontrado una nueva casa, que sería realmente duro vivir sin ella. En esa cafetería se despidieron por última vez sin que ninguno de los dos supiera que sería para siempre.
El taxi llegó a su destino. Aún llovía. Macarena se quedó algunos segundos en el automóvil después de haber pagado la carrera, sus ojos fijos en aquel trozo de servilleta vieja y oscurecida por los años. El tiempo y la lluvia habían borrado algunos números pero… ¿qué importaba ya? Era tarde para hablar con el propietario de aquel número de teléfono. Demasiado tarde. Ya no estaba. César había desaparecido para siempre y ahora se encontraba quién sabe dónde. ¿Existiría un cielo para él? ¿O quizás su alma se había perdido en la nada para siempre?
Macarena bajó del taxi y se encaminó hacia la casa amarilla con ventanas de madera mal barnizada dispuesta al final de la calle, cerca de un cruce. La puerta estaba abierta y decenas de desconocidos llenaban la entrada, la sala, la cocina. Una masa de vestidos negros y rostros serios y algunas lágrimas daban la bienvenida a los que iban llegando. Pilar, la mejor amiga de César se apresuró hacia Macarena y con tono seco y amenazante le censuró:
- ¿Qué haces aquí? ¿No has hecho sufrir bastante a la gente; al pobre César? Desde que lo abandonaste para vivir tu loca aventura de recorrer el mundo, él no volvió a ser el mismo, cada día parecía más triste y enfermo. Intenté animarlo, lo sacaba a pasear, al cine, a cenar, incluso le presenté a una chica muy simpática y atractiva con la cual consiguió salir durante dos años, pero al final la dejó porque no la amaba, porque su mente estaba lejos, en otro país a miles de kilómetros; buscándote. ¿No crees que ya has hecho suficiente daño?-
Macarena no sabía qué decir y respondió con un profundo y amargo “lo siento”. Nunca quiso hacer daño a César pero habría sido una hipócrita seguir estando junto a él si para ella, la historia, hacía tiempo que había terminado.
Con un movimiento de cabeza Pilar indicó a Macarena dónde se encontraba el féretro y tan sólo dijo:
- Su cara está desfigurada por el impacto. Tienes sólo cinco minutos, después desaparece de aquí como lo hiciste hace diez años.-
Se quedó en la casa el tiempo necesario para dar el último adiós a César; sordo y ciego, frío e inerte… muerto. Se acercó a su rostro y permaneció así, inmóvil, con la mirada fija como en el taxi después de haber pagado la carrera. César también parecía viejo y amarillo. En su piel, los hematomas recorrían su rostro y borraban sus facciones del mismo modo que la lluvia cancelaba los trazos de tinta azul transportándola a lo largo de la servilleta de papel de aquella cafetería del centro que los vio decirse adiós por última vez. Pero, ¿ya qué importaba? Era tarde y ella tenía que marcharse.
Las luces de la ciudad se iban haciendo más débiles y lejanas. Observándolas desde la ventanilla del tren, a Macarena la embargó un sentimiento de profunda amargura.