miércoles, agosto 09, 2006

Libertad vs. Tolerancia

Indagando en el significado de ciertas palabras he descubierto que soy racista. En realidad todos lo somos. Según el diccionario de la RAE, racista es la persona que exacerba el sentido racial de un grupo étnico, especialmente cuando convive con otro u otros. Por lo que el racismo no es malo, sino todo lo contrario. Nos permite hacer un estudio y descripción antropológicos de las razas y de los pueblos, comprobar los avances y progresos de ciertos grupos y el estancamiento de otros. ¿Qué hay de malo en exacerbar y aplaudir los avances? El color es sólo una excusa fácil para las mentes necias. Y de necios está el mundo lleno. Ya lo dijo Lope de Vega en su Arte nuevo de hacer comedias:

"escribo por el arte que inventaron

los que el vulgar aplauso pretendieron,

porque, como las paga el vulgo, es justo

hablarle en necio para darle gusto."

Es por eso que me califico como racista, porque yo discrimino a ese grupo étnico que hace distinciones por el color del pellejo. El racismo sólo posee un sentido negativo cuando la maldad humana hace acto de presencia y pretende imponer a la fuerza ese sentimiento racial.

Cada nación anima a su selección de fútbol en los mundiales, y no son considerados racistas.

-Es normal animar a los tuyos-.

Si tu hijo compite en una carrera junto con otros niños de su edad los demás padres no te miran mal si sólo lo animas a él.

-Es normal, es mi hijo-.

Pero si exacerbas el sentido racial de tu grupo étnico llueven los insultos del nubarrón social que son los no-racistas con su muletilla “libertad y tolerancia”.

Estas dos palabras son totalmente yuxtapuestas. No existe libertad con tolerancia. El muchacho de Sierra Leona que escapa de una muerte segura y atraviesa el desierto y salta vallas de seis metros arriesgando su vida sin importarle los huesos rotos y las carnes desgarradas por las alambradas, llega a España y se encuentra un mal menor, el racismo. Yo pienso que el racismo les sienta peor a los no-racistas que al chico de Sierra Leona.

Por eso, desde hace tiempo, los no-racistas pronuncian estas dos palabras en todos los informativos, debates, leyes y demás. “Libertad y tolerancia”, unidas por una conjunción copulativa. Un nexo que conecta ambos sustantivos como si de imanes se tratase. Pero yo pretendo girar los polos de estas dos palabras. Deben separarse y expresar lo que verdaderamente significan, individualmente, la una sin la otra, repeliéndose.

Aún con el diccionario de la RAE en mis manos compruebo lo siguiente:

Tolerancia:

1. tr. Sufrir, llevar con paciencia.

2. tr. Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente.

Lo mismo que un padre tolera que su hijo de cinco años le falte al respeto, igual que un muchacho tolera que se aprovechen de él para estar en el grupito de los más populares, o de la misma manera que una mujer tolera mil vejaciones por parte de su marido, el racista que no quiere ser tachado de tal modo se llama a sí mismo tolerante.

Tolerancia es la palabra más racista que conozco, porque tolerar significa aguantar al otro. Los no-racistas se proclaman tolerantes, es decir, que aguantan, que soportan. Soportar es una palabra negativa y entraña un cierto odio o molestia hacia algo o alguien. Por eso la palabra tolerante es negativa a su vez. Decir "yo soy tolerante" es igual que decir "soporto a los negros, chinos, indios..." y ya se hacen distinciones. Cuando hablas de los blancos no dices tolerante, aunque muchas veces hay que aguantar a vecinos molestos, hijos maleducados, madres pesadas... pero no los metemos en el saco de la tolerancia porque “son de los nuestros”.

Tengo amigos chinos. No sé por qué extraña razón a los españoles les ha dado por nombrar a las féminas de origen chino chinitas. A ellas les molesta, y las comprendo. Seguramente al negro de Senegal le molestaría también que le dijeran negrito, o al hijo de nuestro vecino Manolo, ese que viaja tanto, le molestaría que le dijesen, al pasar cerca de una jaima polvorienta en Marrakech, que tiene un bebé españolito muy mono. Ya me lo imagino:

-¡Ohhh, Abderrahim, mira qué españolito tan mono!-.

Tenemos dos opciones, imitar a los pulpos, jibias y camaleones y mimetizarnos con el grupo racial predominante, o progresar verdaderamente y demostrar que somos racistas de verdad porque discriminamos a esos que, independientemente del color, aún no comprenden que la piel sólo es un embalaje y que lo que realmente vale la pena es lo que reside dentro, que al fin y al cabo es del mismo color para todo el mundo.

Por esta razón me reitero y seguiré siendo racista hasta que no haya igualdad, sino diversidad, hasta que no haya tolerancia, sino integración. Porque integrar significa completar un todo con las partes que faltaban. Y es que es eso, somos como un puzzle. Pero algunos niños necios se han empeñado en separar ciertas piezas.

Sin embargo, me gusta creer que tarde o temprano llegará esa madre pesada a la que todos toleramos que les dirá que el puzzle les pertenece y que hay que cuidar lo que poseemos. Porque cada pieza forma parte de un todo y sin ellas ese todo permanece incompleto.

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